miércoles, 2 de marzo de 2011

Ciudadanía: aspiración democrática que nos une como pueblo

Por Luis G. Fortuño
Gobernador de Puerto Rico

Un día como hoy, hace 94 años, la historia de nuestro pueblo cambió para siempre. Ese día, los puertorriqueños adquirimos la ciudadanía de los Estados Unidos de América.

El liderato en Puerto Rico la había solicitado al unísono, al efectuarse el cambio de soberanía en el 1898. Casi 20 años más tarde, con la aprobación del Congreso y la firma del presidente Woodrow Wilson, el sueño se convirtió en realidad.




Tal como la declaramos en nuestra Constitución local, la ciudadanía americana es un factor determinante en nuestra vida, tanto individual como colectiva. Nuestra Constitución estatal recoge ese consenso claro, contundente y duradero de nuestro pueblo. No sólo consideramos la ciudadanía americana un factor determinante en nuestra vida, sino también todo lo que ella representa, incluyendo—en las palabras de nuestra Constitución—“nuestra aspiración a continuamente enriquecer nuestro acervo democrático en el disfrute individual y colectivo de sus prerrogativas”.

Nuestra ciudadanía es lo que nos garantiza el derecho a vivir en una sociedad que nos ofrece una extraordinaria combinación de oportunidad, estabilidad, seguridad y bienestar. De hecho, la genialidad del sistema constitucional americano ha hecho posible algunos de los avances más grandes en derechos humanos, innovación, progreso económico y bienestar social, no sólo para sus ciudadanos, sino para toda la humanidad.

Como Comisionado Residente y Gobernador, a través de los años he participado en la ceremonia de juramentación de cientos de nuevos ciudadanos americanos. Compartir ese momento tan especial en la vida de tantos inmigrantes, me ha llevado a menudo a reflexionar sobre el hecho de que los que nacimos automáticamente al amparo de los privilegios de la ciudadanía americana muchas veces no apreciamos plenamente su valor, ni sacamos tanto provecho de sus beneficios, ni nos sentimos tan motivados a exigir por derecho las prerrogativas que ella nos confiere. En contraste, los inmigrantes—muchos de los cuales han sufrido en sus países de origen las dificultades e injusticias que siempre se manifiestan en sociedades que carecen de los pilares democráticos de seguridad, igualdad, estabilidad y oportunidad—dan testimonio viviente de la bendición que representa para ellos ser ciudadano de los Estados Unidos de América.

Un principio central del sistema americano de gobierno, del cual somos parte integral, es que el gobierno está para servirle al pueblo, y no al revés. El individuo y la familia son las unidades básicas de nuestra sociedad. Por lo tanto, es a ellos a quienes tenemos que apoderar, poniendo en sus manos el poder y las oportunidades. Esta filosofía fundamenta todo el programa de buen gobierno que hemos implantado en nuestra administración.

El gobierno está para apoyar al individuo y las familias, no para ahogarles hipotecando el futuro de generaciones venideras. El gobierno tiene la obligación de ofrecer servicios básicos de excelencia, y servicios de apoyo y ayuda, sobre todo a aquellos con menos recursos.
Pero cuando el gobierno excede esa función esencial y limitada, y se convierte en un gobierno paternalista y todo proveedor, crea un ciclo vicioso de dependencia que castiga el éxito y ahoga la capacidad de superación del individuo.

Los principios de nuestra ciudadanía…de igualdad de oportunidades, iniciativa individual y gobierno responsable que aseguran nuestra estabilidad, seguridad y progreso…son precisamente los principios que nos apoderan y nos permiten alcanzar todo nuestro potencial, como individuos y como sociedad. Una sociedad en la cual los individuos y las familias no puedan alcanzar su mayor potencial jamás podrá ser una sociedad sana y próspera.

Nuestro desarrollo económico también debe estar basado en la capacidad de innovación y superación del individuo. El motor básico de nuestra economía es y debe ser el sector privado que, con su vigor, crea un círculo expansivo de progreso. En una sociedad sana y próspera, son nuestras empresas—sobre todo nuestros pequeños y medianos negocios—no el gobierno, los que crean mejores empleos y oportunidades.

Por eso, en este aniversario de la ciudadanía americana, hago un llamado a que renovemos nuestro compromiso individual y colectivo con los principios más básicos de nuestra gloriosa ciudadanía. Y mucho ojo con los que a veces hablan de la ciudadanía, pero no hacen nada en concreto para defenderla. Sus palabras son huecas. No sólo no quieren levantar ni un dedo para aportar a nuestra Nación, sino a todas luces su agenda no tiene otro norte que la de socavar nuestra ciudadanía y nuestra unión a la gran nación de la que somos ciudadanos.

Como dice nuestra Constitución estatal, nuestra aspiración es continuar enriqueciendo nuestro acervo democrático en el disfrute de las prerrogativas de nuestra ciudadanía americana. Para la mayoría de nosotros, esa aspiración no culminará hasta que no alcancemos la estadidad para Puerto Rico. Pero aún aquellos de nuestros conciudadanos que aún no comparten esa visión, sí comparten con nosotros la aspiración de alcanzar mucho más progreso y nuevas conquistas democráticas que emanan de nuestra ciudadanía americana.

Asimismo, les exhorto a todos a honrar con un merecido agradecimiento—como lo haré yo hoy en el Hospital de Veteranos—a aquellos que han cumplido con el sagrado compromiso de defender nuestra ciudadanía. Su sacrificio, el de los que los precedieron, y el de aquellos que siguen defendiéndola hoy como miembros activos de las Fuerzas Armadas de nuestra nación, es lo que ha garantizado que todos podamos seguir disfrutando de los beneficios de la ciudadanía americana que tanto atesoramos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario