sábado, 1 de enero de 2011

No hay Plan B

1 de enero de 2011

Kenneth D. McClintock
Secretario de Estado de Puerto Rico


El pasado 31 de diciembre del 2010 concluyó lo que muchos catalogan "La Década Perdida" para Puerto Rico, la década en que el entusiasmo y dinamismo de la administración Rosselló que dominó y definió la década anterior fue sustituida con las políticas de apariencia, figureo y supervivencia de las dos administraciones gubernatoriales siguientes que resultaron en el déficit apocalíptico de $3.3 billones, y la desilusión que provocó el éxodo demográfico reflejado el pasado 21 de diciembre, al anunciarse por el Negociado Federal del Censo que Puerto Rico, por primera vez en la historia, perdía población.

Ese primer anuncio censal podría ponerse peor cuando más tarde este año se divulgue data adicional que permita determinar si nuestra clase media ha continuado creciendo o si, también por primera vez en la historia, ha decrecido.

A nivel individual, siempre ha habido un "Plan A" y un "Plan B". El número de puertorriqueños que, principalmente durante el ejercicio del poder hegemónico popular-democrático, activaban su "Plan B" para escapar el desempleo y la pobreza que ha caracterizado al llamado estado libre asociado, eran menos que los nuevos puertorriqueños que engendraban las parejas de puertorriqueños que, esperanzados por un futuro mejor en la patria y no en la nación, se quedaban a seguir con su Plan A---la búsqueda de la felicidad en Puerto Rico, rodeado de sus familias, sus culturas y todo lo bueno que Puerto Rico tenía que ofrecer.

En la década perdida, muchos puertorriqueños perdieron fe en su Plan A y comenzaron a ejecutar su Plan B.

Mientras a nivel individual siempre han habido y habrán Plan A y Plan B, a nivel colectivo y de pueblo, no hay, ni puede haber, un "Plan B" para Puerto Rico. Como dirían en Castilla la Vieja: "What you see is what you get".

Puertorriqueños se pueden ir de la isla, pero la isla no se puede ir de Puerto Rico.

El gobernador Luis Fortuño es uno de los miembros de mi generación que pudiera haber activado su Plan B. Educado en una de las mejores escuelas privadas de Puerto Rico, estudió su bachillerato en una de las mejores universidades de la nación. Ya durante sus estudios post-graduados, estudiaba derecho en una de las mejores escuelas de derecho, y vivía en el continente como recién casado con nuestra hoy Primera Dama, quien pospuso sus propios estudios de derecho para apoyar los de él. Las muy remuneradas oportunidades de empleo en el continente, disponibles cuando se graduó de bachillerato, se quedaron cortas con las ofertas recibidas al graduarse de derecho de la Universidad de Virginia. Luis Fortuño, sin embargo, le dio la espalda a todos esos potenciales planes alternos para darle el frente al Plan A, su deseo de, en ese momento, ayudar a engendrar una familia en un Puerto Rico cada vez mejor.

Reciprocó el apoyo recibido de Lucé, apoyándola en sus estudios de derecho, formando con ella la familia que anhelaban, se incorporó al más grande bufete de abogados de Puerto Rico, ayudó a traer y estructurar mayor inversión para la creación de empleos, siempre estuvo disponible para apoyar a su partido, desde ejercer como funcionario de colegio sin que ni se lo pidieran hasta cabildear en el Congreso, con cargo a su propio bolsillo, para adelantar los procesos de status y, llegado el momento, aceptar por un cuatrienio la invitación para formar parte del gabinete del Gobernador, luego de lo cual regresó al sector privado.

Convencido que el dinamismo que disfrutó Puerto Rico había desaparecido y que había que reencender los motores de la esperanza que obligatoriamente precede al progreso, Fortuño aceptó representar a su pueblo en Washington por cuatro años y, nuevamente pudiendo haberse quedado allá con su familia, regresó para reencaminar el Plan A de Puerto Rico.

Ya juramentado como Gobernador, emprendió la gran batalla para corregir las situaciones que estaban llevando a decenas de miles de puertorriqueños a abandonar su Plan A, moviéndose al continente---el gran embrollo fiscal, la criminalidad, la salud, las altas tasas contributivas, la dependencia en combustible extranjero, las deficiencias educativas, entre otras.

En tan solo dos años, Fortuño ha movido a Puerto Rico de la orilla del abismo de la clasificación crediticia de "chatarra" fiscal a su nivel crediticio más alto en 35 años.

Ha fortalecido el sistema de salud creado en la década del '90 que el Partido Popular rechazaba pero no se atrevía a cambiar, tratando por ocho años a la Reforma de Salud como la madrastra trataba a la Cenicienta. Con la reconceptualización de Mi Salud y billones de dólares adicionales gestionados junto a su Comisionado Residente, Pedro Pierluisi, no tan solo puertorriqueños medico-indigentes sino decenas de miles de otros que cualificarán através de patronos privados y públicos tendrán mayor cobertura y mayor acceso que nunca antes.

Ha propuesto la reforma contributiva más abarcadora en la historia, cuyos efectos se comenzaron a sentir concretamente por todos los contribuyentes aún antes de terminar de legislarse y seguirán incrementándose por seis años, solo si Puerto Rico mantiene la disciplina fiscal y económica establecida durante los pasados dos años.

Ha propuesto transformar a corto plazo el sistema de generación electrica de uno dependiente en más de un 85% en fuentes caras y variables extranjeras a un sistema que podrá nutrirse en más de un 85% en fuentes domésticas más estables, a la vez que reduce la contaminación atmosférica, ayuda a reducir el calentamiento climático global, fortalece la balanza de pagos de Puerto Rico en $1 billon y el potencial de fortalecer la balanza de pagos nacional en más de $4 billones, reduciendo apreciablemente la factura eléctrica de todos los consumidores residenciales, comerciales e industriales y abriendo más las puertas a la energía renovable.

Ha comenzado a poner en orden el sistema de educación público que durante la década perdida devolvía cientos de millones de dólares en fondos federales sin usarse, mientras producía una generación de estudiantes con grandes deficiencias en ciencias, matemáticas, inglés e, incluso, español.

En el ámbito de la criminalidad, reestableció con agencias federales los lazos de estrecha colaboración que se habían cortado durante gran parte de La Década Perdida, para levantar la evidencia robusta que ha permitido desarticular cientos de puntos de drogas, resultando en una "guerra por los puntos" que ha incrementado significativamente, no tanto los asesinatos de ciudadanos promedio, sino de los mismos narcotraficantes que Fortuño combate. Los delitos que más atemorizan al pueblo que no está envuelto en el trasiego de drogas, las violaciones, escalamientos y otros delitos "Tipo I", han caído en más de un seis por ciento.

A diferencia de otros estados y países, los ajustes que ha tenido que hacer para balancear el presupuesto han protegido los empleos de policías, maestros de salón de clases, profesionales de la salud y otros que no se han salvado de cesantías en otras jurisdicciones.

Al comenzar la segunda década del siglo XXI, la primera después de La Década Perdida, los puertorriqueños que no hemos activado un Plan B, los que hemos puesto nuestro empeño y esperanzas en un Puerto Rico que no puede tener un Plan B, cada uno de nosotros tenemos que tomar una decisión. Tenemos que decidir si, al igual que en la década pasada, nos mantenemos al margen, como meros espectadores mirando con asombro e incredulidad cómo Puerto Rico, más que paralizarse, se deslizaba para atrás o si, como Fortuño, nos unimos de cuerpo, vida y corazón, habiendo detenido ese deslizamiento durante los pasados dos años, a levantar nuevamente a Puerto Rico como una sociedad que crece demográfica, económica, educativa y cualitativamente y una que asuma el rol de madurez de asumir postura sobre cuál deba ser su futuro.

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